El adulto debe ayudar al niño a hacer por sí todo cuanto es posible hacer. Así, en vez de vestirlo, le ayudará a vestirse; en vez de lavarlo, le enseñará a lavarse; en vez de llevarle la comida a la boca, le enseñará a que coma solito lo mejor posible, y así sucesivamente. Apenas se deja abierto el camino a la expansión, el niño muestra una actividad sorprendente y una capacidad de perfeccionar sus acciones: verdaderamente maravillosos. Pero las cosas que le rodean son tan desproporcionadas para sus fuerzas y para las pequeñas dimensiones de su cuerpo, que elambiente constituye en seguida un impedimento de su actividad. Cuando el adulto no sustituye al niño, sino que el niño mismo es quien actúa, se presenta como primera cuestión prepararle un ambiente proporcionado. Las sillitas, la pequeña mesa para comer, el lavabo minúsculo y alegre, una camita tan baja como el asiento de la silla, tapetitos pequeños y fáciles de mover, vestidos sencillos de abrochar, platitos para lavar pequeños vasos para colocar flores, y tantas otras cosas que representan el medio con las cuales el niño podrá realizar y desplegar una actividad ordenada que tiende a alcanzar fines razonables.
El niño, no sólo se mueve continuamente, sino que aprende de un modo continuo. Fué, precisamente su mayor revelación esta necesidad de una actividad psíquica práctica, no menos grande que la mótriz. Pero su modo de aprender no puede ser guiado por el adulto paso a paso, porque no es el adulto, sino la naturaleza quien determina en él aptitudes diversas según la edad (períodos sensitivos). Así, en nuestro método, en vez de ser la maestra quien guía al pequeño a tomar o a usar cosas determinadas (como ocurre, por ejemplo, en el método froebeliano con los llamados dones de Froebel), es el niño mismo quien escoge un objeto y lo usa como le dicta su propio espíritu creador. La maestra aprende un nuevo arte, y en vez de imponer y forzar nociones en la cabeza del niño, lo guía en su ambiente, en el que cada cosa corresponde a necesidades internas propias de su edad. Y como no es posible desenvolver intelectualmente sin ejercicio, ni puede haber ejercicio sin un objeto externo en que ejercitarse, es preciso preparar el ambiente que rodee al niño con los medios de desenvolvimiento (que experiencias científicas ya controladas y no ideas filosóficas han hecho determinar) y después dejar al niño libre a fin de que con estos medios pueda desenvolverse. Así, cada niño hace su propia elección y compone ejercicios con un material científico que conduce, paso a paso, al desenvolvimiento mental.
El niño, este ser sorprendente, ha hecho aquí otra revelación, que ha sido demostrar que entre los cuatro y los cinco años es la edad más adecuada para aprender a leer y escribir. Así ocurre que nuestros niños, además de desenvolver y perfeccionar sus sentidos, adquieren en una edad precoz elementos de cultura tan abundantes que les permiten frecuentar la segunda clase elemental cuando los otros niños aspiran apenas a entrar en la primera.
Cuando su energía les impulsa a concentrarse sobre un ejercicio determinado, permanecen en él por espacio de mucho tiempo y demuestran en la ejecución una exactitud y una paciencia que el adulto mismo no podría imitar. Durante este período sensitivo es cuando puede establecerse perfectamente una función, o cuando puede adquirirse de modo perfecto una habilidad.
Si en la educación se tienen en cuenta los períodos sensitivos, se llega a resultados tan sorprendentes y, sobre todo, contradictorios de nuestros prejuicios sobre la progresión continua y uniforme de la inteligencia y sobre la fatiga de aprender. Cuando el niño hace ejercicios según la necesidad de su presente sensitivo progresa y alcanza grados de perfección que son inimitables en otros momentos de la vida, y en lugar de fatigarse aumenta su propio vigor y gusta de la alegría que procede de satisfacer una necesidad real de la vida.
... y aún me queda por leer más...
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